lunes, 25 de febrero de 2013

Little.



Aquellos tiempos en los que te despertabas con ganas de ir a clase. Esas clases en las que cantabas, jugabas, corrías, chillabas, escribías palabras sin sentido, te inventabas letras, pintabas con las manos, cada uno era un héroe distinto cada día... Esas clases en las que te divertías. Días en los que tus padres te llevaban a un lugar desconocido en el que habia muchos niños que no conocías y que era difícil conocer porque casi no sabías ni hablar, sin embargo, podías pasar horas con ellos, sin conocerles de nada. Esos desconocidos que poco a poco has ido conociendo y que han estado ahí desde siempre, pasando a ser amigos que nunca se olvidarán. Esa ropa que te ponías, que daba igual como fuera, porque no te preocupaba lo que nos demás pensaran. Un siemple vestido con el que te creías una princesa, o una simple camiseta con la inventabas una capa y era el principe de toda y cada una de esas princesas. Aquella comida que te ponían delante y te negabas a comer, te la metías en la boca pero estaba tan mala que la dejabas en el papo más de media hora hasta que por fin la tragabas y decías esa frase de: <<¡Qué asco, ya no como más!>>. Ese chico que fue el primero que pasó por tu cabeza, que hacías todo lo posible por jugar con él, por sentarte en su misma mesa, por ser su mejor amiga, y que fueras donde las demás a decirlas que era tu novio, cuando no sabíamos ni si quiera lo que era el amor. Todos esos cumpleaños en los que quien explotaba más globos con el culo era el rey de la fiesta. Cada 6 de Enero en los que intentabamos pasar la noche en vela solo para poder conocer a Melchor, Gaspar o Baltasar, pero que nos dormíamos en el sofá y despertabamos cuando ya estaban colocados todos los regalos que habíamos pedido. Lo que más nos gustaba eran las gominolas, y cuando entrabamos en Flati pensábamos que era un paraíso del que no queríamos alejarnos. Cuando nos tocábamos todos los dientes para ver si se movía alguno, con la esperanza de que se nos calleran para que viniera el Ratoncito Pérez a dejar un pequeño regalo bajo nuestra almhoada; no nos importaba si estabamos guapos o no sin nuestros dientes, solo queríamos que se nos cayeran todos, y presumir escupiendo agua entre los huecos, a ver quien hechaba el agua más lejos. Teníamos ilusión por la más mínima tontería. Aquellos años en los que todo daba igual, porque eramos pequeños.

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